viernes, 7 de septiembre de 2018

¿Traidora?

Pirata. Criminal. Hereje. Pirata. Bruja. Criminal. Traidora. Bruja. Hereje. Criminal. Bruja. Pirata. Hereje.




“Criminal, pirata, bruja, hereje, traidora…”




Ya, ya lo sé. Esa soy yo. Lo habéis dicho mil veces.

Espera, ¿traidora?

Acepto de buena gana responder al resto de títulos que se me han asignado, pero este último me parece intolerable.

Porque si he trasgredido las normas no ha sido más que para salvaros a todos.

Y si he sido más libre de lo permitido no ha sido más que para salvaros a todos.

Y si he usado artefactos prohibidos no ha sido más que para salvaros a todos.

Y si mis compañías no han sido apropiadas no ha sido más que para salvaros a todos.

Salvaros a todos.







Salvarlos…



A todos.





“Menos a mí”.

Así que basta.


Sí. Soy muchas cosas. Pero una traidora... eso jamás. Me dejé de lado por los demás y hay que pagar el precio.

No soy ninguna santa. Admito que he simpatizado con esta vida y con quienes me he cruzado en ella. Pero, ¿dónde está el problema? ¿No hay acaso herejes y criminales en los cargos más altos y reconocidos por la sociedad? ¿Es que todo es mejor si lo hace una cara aceptada por el resto? ¿O es que el problema está en ser descubierto?

Una cosa es segura, y es que el mundo está lleno de luces y sombras que se esconden en todas partes. Conoced y luego juzgad, maldita sea. No todos tenemos malas intenciones.


“Ya… el problema está en ser impredecible.”


Decenas de guardias me recibieron cuando llegué al castillo de la Isla de Sandoval, donde el Rey y la Reina de Castilla se hospedan ahora. Decenas de armas me apuntaron y cientos de ojos me miraban sólo a mí.


Traidora.


¿Desde cuándo me he vuelto tan peligrosa?

“Yo… yo nunca os haría daño.”

Reconozco que tuve miedo. Y no por ser atravesada por el fuego o el acero. Eso podía superarlo. Pero una parte de mí se había roto al verse rechazada por tanta gente, temida por lo que pudiera hacer.



“¿Por qué? ¿Es que soy una mala persona? ¿Por qué no puedo volver a casa? Hice todo lo que pude… por vosotros.”



Traidora.

“Pero no de la forma en que quisisteis.”

“¿Es que eso está mal?”



Nadie me quería allí. Y al mismo tiempo, muchas eran las naciones que me buscaban, incluida Castilla.

Traidora.

Claro que me buscaban para luego deshacerse de mí o Theus sabe qué.

Y yo había decidido presentarme ante el mismísimo Rey sin saber muy bien si saldría de allí. Solo tenía claro que, de hacerlo, sería sin trucos y sin armas. Las cosas se complicaban, pero merecería la pena.


Tenía que despedirme de alguien.



Traidora.




Lo sé, y en parte también lo siento, ¿vale? Aquel día, cuando salí de casa en busca de mis padres hace ya casi cinco años… no pensé que llegaría tan lejos ni que haría tanto daño.


Cuando dejé mi hogar de la Villa de Santa Elena no podía siquiera imaginar que mi nombre se pronunciaría más allá de la valla de mi casa y de los muros de la iglesia del pueblo.

Supongo que todo comenzó de maravilla. Entre tormenta y tormenta, encontré a mis padres, salvé a Layla en dos ocasiones antes de que se convirtiese en la Reina de Castilla; protegí al Buen Rey Sandoval en su cumpleaños, destruí buena parte del NOM…

Y yo me convertí en una de las espadas de Su Majestad.

¡Yo! ¡Una mera campesina portando espada y entrando en la corte a sus anchas!


Yo al servicio del Rey.



Ya en aquel entonces pensé que había tocado el cielo.

Y en cierto modo tenía razón. Ahora sólo me hundo.

Pasaba el tiempo y las tormentas cada vez eran más fuertes, mientras yo me empeñaba en seguir aferrándome al timón de un barco que no aguantaría mucho más tiempo a flote. Llegó el día en que me di cuenta de ello.

Corté mi cuerda de seguridad y descubrí ante todos lo que he sido siempre.

Que simpatizo con piratas, herejes y criminales. Que soy uno de ellos y que gracias a eso he conseguido volar con un navío. Ya, es impresionante cuando no conoces la verdad.

Quitarse la máscara es doloroso y yo ya nunca podré volver a llevarla.

No soy misteriosa, ni extraordinaria, ni una heroína, ni nadie digno de admirar.

Y si lo fuera tendrían que admitir que admiran lo prohibido.



Traidora.


Sí, puede que me lo tenga merecido. No pido que entiendan todo lo que he hecho. A veces incluso pienso en que quizá me equivoqué, que debí haber parado en el momento justo. Que la valentía se valora, pero la temeridad se paga.

Y sin embargo, creo que era lo mejor que podía ocurrir. Suicidar la reputación que había conseguido era la única manera de proteger lo que quiero.

Ni siquiera pido que entiendan el por qué, y tampoco quiero que se apiaden de mí.

Sólo quiero que me olviden.

Sé que será difícil. Al parecer no he hecho más que cosas horribles como robar el buque insignia de Castilla para detener una batalla o ponerme al mando del ejército enemigo para impedir una invasión en mis tierras.

Debe ser duro para ellos.

Traidora.


Puede que mis dedos queden lejos ya de rozar las estrellas, pero mi corazón sigue en el mismo punto en el que empezó toda esta aventura.

Nunca traicioné a los míos.

Pero a veces hay que alejarse para estar más cerca de quienes queremos... O al menos eso dicen.

Nunca hubo Castilla o exilio; y nunca hubo Rey Sandoval o Leandro.



Y si tengo que elegir, me quedo con ambos.



Traidora. Traidora. Traidora.


“Traidora…”

Si esto es traición, entonces es hora de darle al mundo lo que lleva pidiendo ya mucho tiempo.

Me voy.

Pero me voy en paz, con todos mis cabos atados. Me voy tranquila de haber superado una tormenta de color rojo.

Y me voy sin lágrimas, porque creo que las dejé todas en aquella isla. Me consuela saber que allá donde voy no las voy a necesitar.

Y es que sólo hay una única cosa que nunca podré perdonarme.

Que mientras sea Marina Oliván nunca podremos estar juntos.

“Alonso, nunca podré devolverte todo el tiempo que te debo. Porque todo el amor que tenía te lo entregué en las pocas horas que duraron nuestros eclipses. Pero fallé, nos abandoné por los demás.”

Borré todas las cosas que tanto nos costó construir y un papel dice que no soy aceptada por el mundo.

Pero tú sí que mereces estar en él, a ti te necesitan y yo sé que ese es tu sitio.

“Así que sé libre… sé feliz.”


Yo me quedo con que al menos pude despedirme de ti.



Lo han intentado muchas veces y sin embargo, nunca he perdido la vida. Pero esta vez lo han conseguido sin la necesidad de un auto de fe o de sumergirme bajo agua en un carruaje blindado. Hoy me alejo de la Isla de Sandoval sin trucos ni armas, tal y como yo quería. No comprendo bien cómo he salido de aquí, pero no importa. Me alejo de la isla con la certeza de que por primera vez he muerto.

Me voy de Theah. Es una suerte que el mundo haya ampliado sus horizontes cuando no te quieren en ningún lugar de los que ya conoces.

Y me voy vacía. No llevo nada, ni a nadie.

Sólo llevo mi nombre. Quien he sido y quien soy ahora.

Y es que, me guste o no, soy Marina Oliván… pero nunca más de Santa Elena.

Soy Marina Oliván y soy lo único que tengo.


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Pensamientos de Marina Oliván tras despedirse de Alonso y partir a los confines del oeste para evitar las consecuencias del hundimiento de Cabora y todos sus crímenes. Junio de 1672. 


Escrito por Sara/Aleera, mi jugadora de 7º Mar ^^

jueves, 12 de julio de 2018

La pieza del rompecabezas

El soldado se desplomó sobre el escritorio provocando una lluvia de cartas y polvo. Dorante, impaciente, lo devolvió al trabajo inmediatamente apresándolo de la nuca.

-Creo que no se te ha ordenado que descanses, soldado.

El soldado agarraba con dedos débiles la presa de su capitán, pero lo que más le atenazaba era el miedo.

-Capitán, no hay nada. Habéis estado mirando todo su correo durante meses. Ni rastro de ella. Marina no le escribe. No veo por qué hoy iba a ser diferente.

-Ese es tu problema, que solo buscas cartas de ella. Tienes que pensar como él. Quiero códigos, frases hechas, números, símbolos, aunque sea el triste dibujo de una margarita azul garabateado en una esquina.

Los ojos del soldado raso se entrecerraron, achinados de leer a la luz de una vela en el húmedo puesto de soldado en el castillo de Santa Esperanza.

-¿Margaritas...? Capitán, no creo comprenderle...no hay nada de eso aquí- sollozó apretando la montaña de correo-. Estoy agotado.

-Quizás no deberíais haber estado ayer bebiendo hasta las tantas en el pueblo, estarías más fresco para vuestro deber.

El soldado quiso armarse de valor, pero suspiró. Haría lo que le habían recomendado otros antes que él. Fingiría que le presta atención a las cartas y le diría que no ha encontrado nada.

-No puede ser que reciba tanto correo y que nada sea de ella. Lo de la Rioja fue un contacto. Y antes de eso seguro que me torearon para preparar ese cebo.

La cabeza del soldado cedió por agotamiento contra la mesa, trayéndose de vuelta un folio estampado en la frente.

-Capitán- su voz se agudizó lastimosamente-, aquí solo hay propuestas de matrimonio, deudas, informes de tasación y de gestión de tierras. Créame, no hay nada. Y es de lo más aburrido. ¿No podría al menos leerlas fuera de la camareta?

Dorante le apartó de la silla con un brazo fuerte pero tembloroso.

-Estás relegado de tu puesto y suspendido de empleo y sueldo. Está claro que no puedes aguantar tu responsabilidad.

El soldado se levantó de un salto y se alejó brincando de la mesa, aunque con severa jaqueca. El soldado negaba con la cabeza para sí: desde luego, obsesionarse con Marina Oliván como enemigo del rey haría que los verdaderos enemigos de la corona conspiraran a sus anchas.

Dorante cubrió el hueco que acababa de abandonar el soldado y palpó su calva sudada en búsqueda de equilibrio mental. Se dispuso a coger el montón de correo que quedaba.

Pero un guardia real entró.

-¿Capitán?

-¡Ahora no!

-Pero...

-¡Que no!

-Es importante...

-Argg...- Dorante se levantó tirando la silla y afefrrando el estoque.

-¡Es Marina!- gritó el guardia de Sandoval.

-¿Qué?

-Está aquí.

Dorante se lanzó a coger los grilletes de un clavo puesto en la pared de la camareta.

-Y ha entrado de forma legal.

Dorante frunció el ceño empuñando los grilletes. El guardia sintió que los grilletes se ponían al rojo vivo bajo su intensa mirada. La presión de tener que proteger a un rey tan amenazado empezaba a pasarle factura al Capitán.

Los puños de Dorante apretaron los grilletes y su capa voló con él fuera de la estancia.

-Eso ya lo veremos.
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 La Reina volvió a pronunciar sus deseos frente al Concilio de Razón. La Guardia de Sandoval en lo alto de la muralla miraban inquisitivamente a Marina y Alonso, que se despedían en el jardín a la sombra del Capitán Dorante. En el jardín de Santa Esperanza los pájaros evacuaron ante la tormenta personal que se avecinaba y los nidos enmudecieron. Hasta el océano parecía murmurar con tal de no molestar.

Los reyes y los miembros del Concilio habían salido del jardín a petición de la reina. Todos en la corte decían que las sensiblerías femeninas de la reina estaban reblandeciendo al rey. Ella gastaba toda su paciencia infinita para evitar que el Rey no se hundiera ante tantos juicios. Hasta ahora, todos esos buitres, nobles y burócratas, les observaban, probablablemente molestos por tener que haber dejado a Marina sola con Alonso. Aunque Dorante seguía allí, las expectativas de que algo extraño y extraordinario pasase (catastrófico o salvador) se habían disparado entre los presentes.

Ahora le tocaba a la Reina seguir la jugada que le había llevado a esta encrucijada.

-Mi Rey...

El Rey miró a los hombres y mujeres del Concilio, que cuchicheaban y analizaban todo lo que hacía y decía el rey. Negaban o asentían a todo lo que hacía. Normalmente solo negaban.

-Marina ha burlado la ley y no ha respondido ante su Rey cuando éste se lo ha pedido...y...

-Deseo hablaros aparte, majestad. Como marido y mujer.

La Reina jugó una buena baza: el matrimonio. Si en Castilla había algo más sagrado, era la familia. Y si lo había mezclado con la segunda cosa más sagrada: la Iglesia. Concilio de Razón se disolvió por los salones y plazas del castillo respetando la intimidad del sacramento matrimonial de los reyes de Castilla.


-Debes dejarla despedirse adecuadamente y marcharse. Por favor, no la arrestes.

-No entiendo por qué está aquí de vuelta. Le dije claramente que no lo hiciera. Estoy...estoy muy enfadado. Creía que habíamos quedado bien, pero veo que no teme las consecuencias. La temeridad se paga...¿por qué no escribió simplemente?

-Deben verse en persona. Así es el amor.

-¿Amor?- el Rey observó a la pareja despedirse a través de la arcada de piedra que les separaba del patio al jardín.

-Sí- la Reina le tomó de la mano- ¿Sabes lo que es eso?

El Rey se ruborizó y por un segundo recuperó algo de su inocencia.

-¿El amor?

Miró la mano de su esposa. Se sentía tan inexperto en eso. Layla, por el contrario, parecía tan aventajada. Parecía haber sido educada para entenderlo, expresarlo, comunicarlo. Ella le había guiado en todas sus dudas, sus miedos y torpezas.

Todo el mundo le había dicho que su esposa serviría para ser la madre de sus hijos. Pero nadie había querido qué era amar a alguien.

Ella le esperaba pacientemente descansando en su sonrisa.

-Sí, el amor.

-Marina es un peligro...

-Solo está enamorada.

-Razón de más para creer que puede hacer una locura.

-Ellos sienten igual que nosotros. No hay nada peligroso en todo esto. Solo se aman.

El Rey no pudo mirarla a los ojos.

-Ella ha hecho demasiado daño. Ocultó información sobre una invasión enemiga, robó el buque insignia de mi Armada, se alió con mi peor enemigo, lo protegió...

-Y todo lo hizo para salvarme.

Entonces el Rey pudo mirarla.

-¿Cómo dices?

La Reina se sentó en un banco de piedra. A lo lejos, en el patio de armas, los criados salían de las cocinas para alimentar a las gallinas nerviosas que había en el corral del castillo. El Rey comenzó a andar y no podía parar aunque lo deseara.

-No sé cómo, pero...hace tiempo, alguien descubrió que guardaba un libro sagrado Creación del Mundo y de las Tribus...

-Un libro pagano...

-El libro de mi fe. Y me chantajeó.

-¡¿Cómo pudiste?!- el Rey mascullaba evitando gritar-. Claro que te chantajearon. Es un libro prohibido. -de pronto, se derrumbó junto a ella-. Layla, queman a gente por menos. ¡Yo acudo a esos Autos de Fe!

-Lo sé de sobra, me has obligado a verlo muchas veces.

-Es parte de nuestro mundo. Aunque creas que puedo hacerlo todo siendo Rey, te equivocas. ¿Por qué conservaste ese libro?

-Es mío. Yo lo transcribí a mano y lo ilustré como dictamina mi gente.

-¿Qué?- el rey hundió su cara entre sus manos esperando leer una respuesta buena-. Tú eres vaticana, Layla. Te convertiste.

-Nadie tiene raíces de quita y pon, Sandoval.

-¿Qué insinúas? ¿Qué mentiste para estar aquí?

-No. Simplemente que no puedo quemar en una hoguera mi identidad ni mi legado. No podéis quemar todo lo que os supone un problema.

-Si te refieres a Marina, yo no quería que la ejecutaran en un Auto de Fe. Te recuerdo que estábamos fuera del país.

-No hablo de ti, hablo de los que te rodean.

-Ellos la odian.

-Y ella me salvó.

-¿Del chantaje?

-Sí. Consiguió traerme de vuelta el libro y no pasó nada más.

-¿Y el chantajista?

-No me dijo quién era.

-¡Ja! Eso es tan típico...

-Creo que era lo más sensato.

El Rey enmudeció. Sus ojos se empañaron y su voz temblaba.

-¿Y desde cuándo llevas callándote esto?

La Reina percibió que había entrado en un laberinto. El laberinto de la desconfianza.

-Fue antes de la batalla en la cala de San Elíseo.

-El ataque de los Bernoulli...entonces...no puede ser coincidencia. Los Bernoulli te chantajeaban o estaban metidos hasta el cuello en todo esto. Ella...

"Ella...solo nos estaba protegiendo. Con su silencio"

El Rey golpeó con su puño el banco de piedra hasta que se hizo daño. La Reina suspiró comprendiendo que le faltaban piezas del puzle, quizás las que tenía su marido. Juntos acabaron el puzle...pero era demasiado tarde.

Y Marina seguía habiendo elegido estar fuera de ley. No podía protegerla.

"Pero por fin sé el por qué...o lo intuyo"

El Rey agachó la cabeza, herido.

-Al final...tú también, Layla. Eres como todos. Todos me ocultan, todos me engañan.

El Rey cogió su capa y le dio señal a su guardia a lo lejos alzando un brazo, pero Layla le detuvo,

-Sandoval, yo no te he engañado en nada.

El Rey hizo un titánico esfuerzo por no gritarle a ella y por no dar la orden de arresto.

-Me ocultaste tu falsa fe, me ocultaste que amenazaban tu vida y a la Corona. No contaste conmigo.

-Mi vida espiritual no es un secreto nacional, majestad. Y mi alma no es información clasificada. Se trata de mi intimidad. Y ese santuario es solo mío. Ahí no tienes entrada. Y tú, tendrás la tuya.

Sandoval quiso replicar...pero no le había revelado a la Reina su conexión con el Rey de los Piratas: el infame Allende.

-Layla, me enfadé con ella porque se jugó tu vida disparando a Fiana. Y ahora me dices que todo este tiempo ya le debías la vida...

-Ya se la debía de antes y ya lo sabías. Y tú también se la debes. Nos ha salvado en innumerables ocasiones. A ti, y a mi. ¿No ves que ha sacrificado su amor para que nosotros podamos vivir el nuestro?

Entonces el Rey supo que Marina ya había partido hacia el oeste y sintió confusión e ira por no saber a quién odiaba más y quién merecía su perdón. 

Pero ya era demasiado tarde. Marina ya había partido hacia su exilio y sintió confusión e ira por no saber a quién odiaba más y quién merecía su perdón. 

Quizás debía alejar a Marina de su lado. O quizás era a su Reina a la que debía apartar. 

Dejó entonces con amargura y odio que Marina se alejara hacia su exilio. 

Hasta que las aguas se calmaran.
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El Rey dio a orden de dejar marchar a Marina.

Evidentemente, eso no había gustado nada a los miembros del Consejo. Mientras ella se alejaba en una pinaza, los viejos nobles y burócratas batallaban como gallinas descabezadas.


-Majestad, es inadmisible que hayáis dejado que alguien como ella, asociada con piratas, protectora de hechiceros, poseedora de tecnología prohibida...¡ya sabéis todo eso! Es inadmisible que la dejéis escapar estando tan clara su condena. ¡Solo dejáis clara vuestra debilidad! La debilidad de la Corona.

Layla, entre tanto ruido y charlatanería, miró al Rey y le susurró confidencialmente:

-Habéis hecho bien, mi rey. Marina ya debe estar lejos de aquí.

Pero el rey no pudo mirarla. En el fondo tenía la duda de haber dejado marchar a una irresponsable temeraria y quedarse con una traidora que le había confesado su pecado.

No sabía si odiaba a Layla, pero desde luego, ya no pudo mirarla igual.

Por otro lado, Sandoval quería pensar que la revelación de Layla le traería paz, que todo tenía un por qué. Pero solo le traía desazón. Igualmente, Marina había elegido la herejía, la hechicería, la vida criminal y lo que era peor...

A Leandro.

Antes que a él.

Y a pesar de todo lo que le dolía...no podía evitar sentirse más en deuda que nunca con ella.

Pero la realidad era bien distinta. El Concilio mostraba indignación ante tanto misterio.

-¿Sabéis que las fuerzas de Montaigne la consideran pirata de búsqueda y captura en sus costas? Vuestro primo el Rey Pastor hubiera estado encantado del apresamiento de esta infame espadachina. ¡Y ni hablar de esa fragata que ha asolado docenas de barcos de la Iglesia en nuestras aguas! ¡Piratas! Sabéis de sobra que tienen puerto seguro  con esa escoria de la Bucca. Piratea en vuestras aguas y delante de vuestras narices sin bandera ni tributo ¿Habéis olvidado que robó vuestro buque insignia? ¡Si casi mata a vuestra esposa desobedeciendo vuestras órdenes! ¡¿Y lo de Leandro?! ¡Ah! ¡¿Y lo de Cabora?! Majestad...creo que no sois conscientes de que...

Los viejos seguían hablando. Pero Sandoval era consciente de todo. En este último mes comenzaba a verlo todo más claro. El Rey levantó su mano enguantada y la cámara se silenció.

-Caballeros. Somos castellanos, y ante todo, somos gente piadosa y agradecida. Marina ha sangrado y luchado por la bandera de nuestra nación durante años y les ha dado una figura a seguir a los lugareños de Zepeda. Lo menos que podía hacer era darle una cierta ventaja por los servicios prestados.

Los miembros del concilio enmudecieron.

-Claro, pero...¿entonces? ¿No pensaréis perdonarla no?

El Rey los miró a todos. Conocía a muchos de ellos y ya sabía que había al menos tres focos diagnosticados de conspiración en su corte. Unos que querían declararle loco y enfermarle para que le llevasen a isla Tormentos; otros que abogaban por colocar a su prima cerca de él como valido, con el fin de subirla en el trono en su lugar y de los últimos, menos imaginativos, se creía que querían asesinarle en un viaje que estaba preparando a Montaigne, culpando a radicales anti monárquicos. Dorante coincidía conque todos los conspiradores estaban de acuerdo en una cosa: el Rey era manipulable y no sabía imponerse. El prestigio de Castilla seguía en decadencia.

Y ahora estaban esperando a que mostrara debilidad de nuevo. Con una traidora.

Traidora para ellos. Pero para el Rey...ya no sabía qué pensar. Layla le apretó su mano. Y Dorante sudaba a su lado, dispuesto a protegerle con su vida de todos esos buitres tan peligrosos como necesarios.

-Mantenedla non grata con todos los cargos que se le imputan.

"Con todo eso como mínimo es la horca...pero yo no elijo los crímenes que ella ha cometido. No sé cómo ayudarte, Marina. No sé cómo perdonarte. No sé cómo sobrevivir sin ti.

Y lo peor de todo.

No sé si podré agradecértelo algún día.

Solo espero que en tu regreso sigas en mi bando.

Solo espero que no me pongas en la obligación de arrestarte. 

Pero conociéndonos, no estaremos en el mismo bando...me pondrás en esa situación de nuevo.

Eso significará que volveré a verte algún día.

Cuando las aguas estén calmadas"

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El Buen Rey Sandoval, Layla reina de Castilla y Dorante de los Reyes en la despedida de Alonso y Marina antes de que ésta tuviera que partir a los confines del oeste para evitar las consecuencias del hundimiento de Cabora y todos sus crímenes. Junio de 1672. Isla de Sandoval, Ducado de Aldana, Reino de Castilla.

miércoles, 31 de enero de 2018

El mortal juego del ratón y el gato

-¡Majestad! ¡La Rioja!

El Buen Rey Sandoval abrió los ojos al escuchar a su capitán, Dorante de los Reyes, a través de la tormenta de agua y ceniza que arreciaba en el exterior.

Se abrigaba lamentablemente en el camarote principal de El Corazón de Castilla. El frío de aquella última semana no era habitual en los mares de la Boca del Cielo.

Y aún así, el Rey sudaba febrilmente bajo los mantos reales.

Desde luego nada de lo que ocurría en los últimos meses era natural.



Dejó los papeles en el escritorio y salió aferrándose a los muebles anclados de la habitación. Dorante le extendió su brazo, pero Sandoval no lo recogió con tal de no sacar ni un miembro de sus mantos. Una vez fuera, entrecerró los ojos para observar los puertos pesqueros de la Rioja a través de un mar picado coronado de aguaceros y ceniza. Sobre los muelles había un gigante acantilado sobre el que se erigía la ciudad principal de la Rioja, una maravilla arquitectónica de mecanismos de bronce y vidrio que desafiaba toda física conocida hasta la época.

Dorante se sacudía el agua de su cabeza rapada sacudiéndose como un perro mientras aferraba su estoque castellano.

-Majestad, deberíais quedaros aquí. Yo me encargaré de que os la traiga.

-No, quiero verla yo en persona. Tráigame al Barón de Santa Elena.

Dorante asintió, pero Alonso Lara ya se encontraba en cubierta empuñando una sonrisa afilada.

-¡Majestad!- gritó a través del ruido de la tormenta- ¡Menudo día hace! ¡Una lástima que se tenga que cancelar nuestra excursión!

-No se haga el listillo, Excelencia- Dorante avanzó hasta ponerse cara a cara hasta el punto de escupir al barón con sus ladridos, pero a Alonso le quedó la duda debido a la lluvia-. Vos venís conmigo hasta el muelle.

-¡No se preocupe! ¡Estoy con ustedes hasta el final! ¡Solo me preocupaba por el Rey! ¡Debería descansar en el camarote! ¡Está sobreesforzándose demasiado y necesitamos que su mente esté clara!

El Rey Sandoval miró enigmáticamente a Alonso bajo las goteras de sus cejas empapadas. No sabía si sentirse timado por las atenciones del barón o agradecido. Dorante percibió la confusión del Rey.

-¡Tu fama de hacerte el simpático no os servirá conmigo! Subid a la pinaza, por favor.

-¡El primero! ¡Síganme si pueden!

El barón cojeaba por sus antiguas heridas en costado y piernas en la Batalla de Tormentos. No era nada grave ya, pero siempre le gustaba dar un poco de lástima al Rey. Por otro lado, Dorante era un hueso de roer y le tenía más que calado.

Bajaron hasta la pinaza ligera, que a través de los esfuerzos de remos y marineros cortaron camino hasta los muelles pesqueros. Sin duda se notaba que la Rioja extraía al menos un tercio del pescado consumido en Castilla, la flota pesquera de baja y alta altura era considerable.

Pero esas embarcaciones no pescaban.

Ya no.

Las oleas estaban atestadas de peces y langostas que flotaban en el agua. Desde la pinaza el Rey observaba cómo los marinos recogían langostas que se deshacían en arena de mar. Algo pasaba en los cielos, pero también en las profundidades de la Madre Océano. En general, la fuerza vital de Théah se iba al traste.

Y Marina se había llevado la llave del poder y la solución consigo. Con Leandro. A nadie sabe dónde. Sin saber en manos de quién o qué puede acabar.


-Ya llegamos- advirtió Dorante, y preparó a unos veinte hombres de incógnito que pateaban la madera de la pinaza para coger calor-. Quiero absoluta discreción; y ya sabéis: nadie saca acero a menos que ella lo haga. Quiero ballesteros en lo alto de las grúas portuarias, y el resto rodeando las calles. Sabed que hemos hablado con el jefe de puerto y nos ha dado el visto bueno para cerrar las los muelles en cuanto demos la señal. Sabed que es buena trepadora y que puede contar con artefactos como pistolas garfio. Si eso ocurre, tenéis estos virote especializados para cortar cuerdas a distancia- comenzó a repartirlos a sus tiradores-. Recordad, la queremos viva y no dudéis de el honor de vuestras acciones. ¡Todos abajo!

Mientras todos bajaban, Dorante agarró del brazo a Alonso.

-Como intentéis algún truco, dad por hecho que me enteraré.

Alonso le miró preocupado. O fingiendo preocupación. Dorante no sabía y eso le sacaba de quicio.

-Vos habéis leído la carta que habéis mandado para encontrarla. No hay nada raro en todo esto y lo sabéis.

Es cierto que Dorante había comprobado las cartas, pero aún así no se fiaba de él.

-Sabed que si vos no servís para capturarla, otro lo hará y no será como vos desearíais.

Esto sí captó la atención del barón, pero no demostró expresión alguna. Dorante sonrió arrugando las cicatrices de su rostro.

-Cumplid con vuestro deber. Conseguid quitarle sus armas o convencedla para que no se resista.

Alonso posó su bastón sobre el puerto. Aquello estaba atestado de gente ociosa y preocupada. No había nada que pescar y el descontento político de los nobles locales hacia la Corona eran evidentes en carteles y panfletos que hablaban de la independencia del Ducado de Gallegos.

El Rey iba tras ellos embozado, con ojos brillantes por la fiebre y la excitación, viendo toda la atmósfera de la ciudad como algo alienígeno.

Llegaron a las puertas de piedra del muelle número seis. Alonso se paró de pronto.

-¿Qué ocurre excelencia?- le preguntó Dorante inquisitivo.

"No puede ser...¿ha venido?", pensó Alonso observando desde lejos a Marina embozada bajo la terraza de una taberna local. Sorbía lentamente de un baso de barro mientras que con la otra mano tamborileaba tranquilamente una mesa de madera. Se mantenía discreta ocultando su rostro bajo el ala ancha de su sombrero pardo y abrigada con su capa habitual. Le daba impresión de que llevaba esperando días.

"Quizás fui demasiado ingenioso para ella, típico. En fin...pues aquí se acaba todo, supongo."

Entonces penetró en la sexta plataforma del muelle.

Se encontró las oficinas de comercio y las lonjas adornadas con innumerables margaritas azules, que mantenían vivas y coloridas docenas de contratados. Probablemente, fuera la única actividad que mantenía viva el puerto y las vistas eran pintorescas, agradables y vivas para los ojos apagados de los riojanos.

Alonso se detuvo para poder reprimir una sonrisa y tuvo que admitirse algo que sus labios raramente dirían en voz alta.

"No entiendo nada"

Aunque confuso por la esperanza de las flores y desquiciado por la presencia de Marina, Alonso no tuvo más remedio que señalarle a Dorante la figura de Marina. Dorante asintió silencioso y puso en posición a todos sus hombres. El Rey avanzó lentamente hasta ponerse a la altura de los hombres, a pesar de que Dorante había insistido que Sandoval se quedara atrás. Observaba a Marina entre sus embozos, sintiéndose por fin dominante de una situación. Siendo por fin observador y no el observado.

-Sin duda, es ella. Tened cuidado. Y no falléis.

El Rey observó a Marina. No quería hacerle daño, aunque él se sentía herido. Nunca había sido el elegido por nadie, y siempre que lo había sido era para que se lo pasaran como una pelota entre todos.
Él nunca era el favorito de nadie. Sentía que solo gozaba del afecto por su estatus.

Por su corona y cetro.

Así pues empezaría a usarlo.

Odiaba haber llegado hasta esta situación, pero no podía dejar para siempre el destino de su país en manos de los demás. Tanto buenos como malos o neutrales...se sentía manipulado de una u otra manera.

"Has sido mi servidora, mi espada, mi amiga y confidente...pero has escogido tu camino sin bandera al lado de un traidor, de piratas y rebeldes. Si ese es tu camino, yo no puedo permanecer indiferente. Es mi país o echar la mirada a otro lado. Ya no quiero seguir siendo ciego. Ahora voy a controlar el destino de mi corona y mi país, ni favorecer ni a unos ni a otros. Ahora solo empieza mi mandato...ya no te espero más, hermano"

Una vez Alonso vio a los batidores encima de los tejados y Dorante le hiciera la señal de que los muelles estaban cerrados se acercó a Marina, que seguía sentada tomando algo relajadamente.

-Marina, por Theus, ¿qué haces aquí? ¿Y las margaritas?

Marina se giró y resultó ser un hombre de mediana edad, bigotudo y canoso con grandes arrugas en su rostro.

-¿Disculpe?

-Ah, eh...- balbuceó el barón, hasta que pensó-. Ah...

"No estáis. Las margaritas son para que me tranquilice. Pero...¿de qué va esto?"

El hombre pestañeó hasta que cayó en la cuenta.

-Vos sois el hombre al que tengo que dar esta carta ¿no?

-¿Cómo?

-Sí, sí. El hombre de la casaca verde, ¿cierto? Estoy deseando entregar la carta y volver a casa. Llevo días esperándole.

Alonso retrocedió. El mensajero le dio las ropas de marina.

-¿Vais armado?- preguntó Alonso.

-¿Qué? No. Aunque debería porque ha sido un viaje de lo más movidito. Mi mujer siempre dice que si vuelvo a San Cristóbal será mejor que lo haga con una espada para defender el honor y la vida pero...

El barón le arrebató la carta.

-Bueno, buenoo.

"Marina, como sea una carta para mí la llevamos clara. No tengo tanto tiempo para leerla. Los tengo encima"

Alonso leyó el reverso notando la mirada de Dorante en su nuca.

Para: Alonso Lara.

"Marina, ¿qué haces?"

De pronto, y contra todo pronóstico, Dorante entró en escena.

-¡No está armada! ¡Vamos!

Al menos unos veinte hombres invadieron la calle, vestidos de paisanos, aunque bajo sus capas pardas se encontraban miembros de la guardia de Sandoval. Entre ellos estaba Dago, que viajaba con el rey bastante resignado con la misión que tenían. Otros veinte se asomaron ballestas en mano sobre las grúas portuarias.

Dorante desenvainó su estoque.

-¡Marina Oliván de Santa Elena, quedáis arrestada en nombre del Rey por delitos de sedición, oposición a la justicia y conspiración contra la Corona!

El mensajero miró a todos los miembros recién llegados, mientras Alonso rompía el sobre y tanteaba  leer discretamente la carta antes de destruirla.

Sus dedos contaron tres hojas de texto.

Tres, puñeteras, hojas.

No le daría tiempo a nada con Dorante y el Rey tan cerca.

-¿Qué? ¡Yo no he hecho nada!-gritaba el mensajero  mientras alzaba los brazos- ¡Oh, genial! ¡Me han tendido una trampa!

Dorante se acercó a él, confuso y escupiendo órdenes.

-¡Arrestad a este impostor!- a lo que seis de sus hombres se abalanzaron sobre el confuso mensajero.

Dorante miró los tejados. Todo normal.

¿Qué estaba pasando?

-¿Dónde está Marina? -preguntó el Rey a Alonso saliendo de las sombras. Éste intentó ocultar la carta pero el Rey no le había quitado ojo en este rato, así que desenvainó y amenazó al barón-. Dádmela.

Alonso vio que en la primera hoja de las carta ponía:

Para: su Majestad el Buen Rey Sandoval de Castilla.

Entonces lentamente Alonso se la extendió.

-¿Qué es esto?-preguntó Sandoval, pero nadie dijo nada.

Desenvolvió la carta y la leyó con mano temblorosa.

Hola, majestad:

Confieso que nunca imaginé entrar en una situación como esta, pero así es. 

Como decía en mi anterior carta, que supongo que habéis leído pese a que no iba dirigida a vos, habéis hecho algo bastante recurrente.
Ya estoy acostumbrada a que traten de utilizar las cosas que amos para atraerme hacia una trampa [...]

El Rey arrastró sus pies hasta el asiento donde el mensajero tomaba vino. El resto de sus hombres estaban parados expectantes. Lo único que hizo fue sentarse torpemente para seguir leyendo.

[...] Me alegra saber que el Santísima Trinidad está reparado casi por completo, que las heridas de Alonso de la batalla de Tormentos estarán curadas y que parece que os también estáis en plenas condiciones. Si me permitís, también creo que a sido un acierto por vuestra parte enviar parte de la flota de Castilla a San Agustín o a San Teodoro. Esperar eternamente en Tormentos con tantos navíos era una tontería. Hay mucho que hacer [...]

Las manos temblorosas del Rey se volvieron inestablemente fuertes, arrugando el papel. Todo era mentira. La bases de su nueva personalidad como rey que toma sus propias decisiones para controlar su destino se desmoronaban. Creía haber conseguido ya ser un observador más en este juego de intrigas y apocalípsis y ha resultado que seguía siendo una hormiga más observada con lupa.

-Dorante- murmuró, y este se acercó presto-. Registrad los muelles a fondo, interroguen al mensajero, cuando volvamos, pongan a su excelencia a buen recaudo. Y cuando acaben aquí, devuelva a estos guardias de Sandoval a otros cometidos alejados de mí y tráigame otra guardia desde San Cristóbal.

Los guardias de Sandoval se miraron, confusos de ser depuestos del noble trabajo de proteger a su Rey. Dago simplemente negó con decepción. Pero Sandoval lo tenía claro. No podía discernir si Marina había visto todo eso con sus propios ojos, pero tampoco podía descartar que hubiera un topo. Y Alonso estaba siendo discretamente vigilado...


[...] Debéis comprender que no podía tragarme esta pantomima de viajar a La Pasiega a reencontrarme con su Excelencia, [...] pero dudo que Alonso me citase tan cerca de la capital sabiendo la situación en la que me encuentro. Sin olvidar, por supuesto, el hecho de que no le habría dado tiempo a huir de vuesro lado y llegar tan lejos en tan poco [...]

Cruzó una mirada febril con Alonso. Verdaderamente la mirada del barón era confusa, pero veía preocupación por Marina. No había visto en él una preocupación tan verdadera hasta ahora. Pero notaba que no sabía nada.

-Siento haberos hecho venir hasta aquí, excelencia. Dorante, vuestro plan...apesta.

Alonso simplemente inclinó la cabeza, aceptando la disculpa y Dorante dio un paso al frente herido. El capitán abrió la boca pero no dijo nada. Nadie tenía ni idea de qué iba todo esto. Ni a qué venían las margaritas azules. ¿Serían códigos entre ellos? Si así era, el Rey suponía que Alonso no podría contactar nunca con Marina...

Quizás su afinidad era demasiado fuerte como para tener al barón tan cerca. Era un arma de doble filo y no sabía si se había cortado con ella.

[...] En fin, dejo de abrumaros. Ya os habéis percatado de que sólo digo todo esto para probar que os vi no hace demasiado y para ahorraros la parte en la que dudáis de las lealtades de Alonso [...]

"Así que quiere confirmarme que fue ella la que me vio", pensó el Rey y miró a los guardias de Sandoval que iba a deponer de sus deberes. Pensó largamente en ellos. El Rey sospechaba de las simpatías de algunos guardias hacia a ella y la indiscutible afinidad del barón por la campesina. Podría ser que Marina les hubiera visto. ¿Pero desde tan lejos? ¿En Tormentos? ¿Se la jugaría a pasar con su navío tan cerca siendo la persona más buscada del país? No le parecía probable. Mejor prevenir...

-Está claro que estáis conmigo, Excelencia. Así que supongo que ayudareis a Dorante con su caza.

Alonso dudó un segundo. ¿Qué había mandado Marina al Rey?

-Por supuesto, Excelencia.

-Estarás al servicio de Dorante y le ayudarás en todo lo que te pida ofreciéndole información veraz. Si la encontráis y la convencéis de que debe colaborar con nosotros antes de que sea demasiado tarde os daré el beneplácito real para vuestra unión sin desigualdades.

Alonso casi se queda sin respiración.

-¿Aprobación...real?

-Nadie discutiría eso. Sería un honor.

Alonso debatió interiormente. Amaría a Marina hasta el final, pero no sabía aún si estaban hechos para el matrimonio. Bailaban como astros en el espacio y rara vez se tocaban. Pero cuando eso ocurría era maravilloso. Estaba relativamente feliz con esa situación...no sabía qué pensar...

-Sin embargo, si Dorante observa cualquier acto de traición, encontraremos un castigo pertinente y a otra persona que se quede con vuestros privilegios y deberes.

Alonso sabía de sobra que habría mil candidatos.

-Si vuestra lealtad está conmigo, no deberíais tener ningún problema- concluyó el Rey.

[...] Aun así os felicito. La idea no era mala, pero os recomiendo revisar esos detalles para la próxima vez [...]

"No os preocupéis, Marina. Estoy tomando nota de todo esto"

[...] Me da pena que perdamos el tiempo de esta forma. No sé si estaréis leyendo esta carta en el puerto de La Rioja o si os la habrán llevado hasta donde os encontréis mientras hacíais cosas más importantes que buscarme. De ser lo primero, tenemos un problema, que no es más que la prueba de que os llevan a donde quieren [...]

-Nos marchamos. Preparad el navío y cargad los suministros. Nos vamos de inmediato.


[...] Esta vez, por supuesto, me atribuiría el mérito de ello [...]

"Se agradece la sinceridad, pero no la temeraria gallardía. Está bien que te sientas orgullosa de ser una manipuladora más. Pero esto se acabará."

El Rey se enfadaba por momentos y la fiebre le hacía sudar. Sabía que debía controlarse. Pero la voz de Marina que narraba en sus pensamientos sonaba burlona y despectiva.

[...]Y mientras destruyen la Bucca, que tanto nos ha ayudado siempre, surgen de la nada los navíos de la Atabean Trading Company, los lyonenses continúan en nuestras tierras, Eisen es invadida por el Imperio de la Media Luna y caen del cielo rayos de sangre como si el mundo fuese a acabarse de un momento a otro....vos dedicáis parte de vuestro esfuerzo y tiempo a hacer planes para atraparme [...]

"Pues claro. Vos os habéis llevado la única cosa que puede hacer increíblemente indestructibles a lyonenses, eisenos, lunares o a la Trading Company y la llave de todo los misterios de Théah con el mayor traidor y sádico de Castilla. ¿Queréis que simule solucionar pequeños problemitas cuando la impotencia de que esto no servirá para nada porque nadie está la persona más incauta y temeraria con el destino del mundo?"


[...] Entiendo que estéis enfadado [...]

"No os imagináis cuánto"

[...] pero si realmente queréis ayudar, os pido que destinéis absolutamente todas vuestras fuerzas contra algo de lo que haya mencionado antes [...]

"Por supuesto, digámosle al Rey Niño lo que le conviene"

Dorante interrumpió la lectura del Rey.

-Majestad. El navío está listo. ¿A dónde vamos?

-A la Bucca.

-¿A la Bucca?- Dorante se desencajó. Iban al mayor agujero de corsarios y piratas de los mares del sur-. ¿Para hacer qué, Majestad?

-Eso dependerá de ellos.


[...] Yo volveré. Desconozco la situación y las condiciones, pero espero que sea cuando todo esto se haya acabado. Etonces asumiré lo que merezca [...]

"Si queda algo de nosotros. Esto podría ser el alzamiento de Castilla y tú, como siempre, te lo juegas a todo o nada. Como la vida de mi esposa"

-Ya lo creo que volverás.

El Rey subió al bote y dejó el puerto de la Rioja, pero antes cogió un ramillete de margaritas azules mirando a Alonso para descifrar su expresión. A un gesto, Dorante y el barón se marcharon para iniciar su misión, volviendo al mar de langostas de ceniza muerta.

[...] Sé que si nos encontramos antes solo será para que me impidáis continuar, y no puedo permitir que eso ocurra.

Así que no me queda más remedio que seguir huyendo.

De vos y de todo el mundo.[...]

El Rey Sandoval dobló delicadamente la carta y la guardó entre sus mantos, cerca de su corazón.

"No hay suficiente mundo para los dos, Marina.

Volverás.

Ya lo creo que volverás.

Y no me encontrarás esperando."

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El Buen Rey Sandoval, Alonso Lara de Santa Elena, Dorante de los Reyes y Dago en la fallida trampa del Rey para atrapar a Marina y Leandro por sus insubordinaciones contra la Corona de Castilla. Marzo de 1672. La Rioja, Ducado de Gallegos, Reino de Castilla.

Cadenas por corona

Los grilletes se cerraron sobre las muñecas de Leandro Vázquez de Gallegos. El Alguacil cerró las esposas duramente y apretando con malicia,...