miércoles, 20 de febrero de 2013

Al final del camino (II)

La lluvia no parecía tener intención de amainar. Alonso y Julius se habían refugiado en una diligencia abandonada y derruida en el camino que salía de Eisen en dirección al famoso castillo Stein, del famoso y loco Imperator que inició la infame Guerra de la Cruz.
La pálida luz de una vela permitía a Alonso manejar más y más papeles en mitad de la oscuridad del edificio abandonado. Julius había cogido un taburete, había recargado las pistolas y se había sentado frente la puerta de la diligencia abandonada y no se le oía ni respirar. El manejo de documentos y las murmuraciones de Alonso era el único ruido que había.

-¿Por qué no haces más ruido? Podríamos realizar una salva de disparos si quieres que nos encuentren- bufó Julius quitándose la casaca de cuero de faena.

Pero Alonso no respondía, estaba inmerso en sus documentos.

-¿Más alianzas?- preguntó el espía.

Alonso ni siquiera le miró.

-No, eso ya está arreglado. Incluso El Manco está ya en la Cueva del Drachen esperando la señal, después de todo el esfuerzo que eso implica.

-¿Sigues con el montaignere?

- ¡Y con el eiseno! Esto no hay quien lo entienda. El montaignere parece ser algo más humano, excepto esa cuestión del passé composé que me trae de cabeza. ¡Pero el idioma eiseno me vuelve loco! Estas gentes parece que están enfadadas por todo, es como un lenguaje de bárbaros.

Julius casi sonrió.

-Es como si estuviera teniendo eso que llaman un dejá vu- dijo suavemente en las sombras.

Alonso levantó la mirada de los papeles.
-Ah, encima recochineo  ¿no? Claro, como Alonso no entiende el montaignere, ¡vamos a decirles cosas en montaignere!

Alonso corriendo fue a por el diccionario de montaignere y buscó lo que era deja vù. Julius dejó que buscara un rato para aclararle la duda.

-Es una expresión que se dice cuando tienes la sensación de haber vivido una misma situación antes.

El Barón cerró el diccionario pesadamente levantando una ola de polvo que hizo que su nariz le picara.

-Supongo que te refieres a Marina, ¿no?

-Sí. Y debo decir que se le da igual de mal los idiomas como a vos. Aun desconociendo bastante del idioma, igualmente impresionó mucho al Empereur.

Alonso se quedó perplejo.

-¿Cómo?- acertó a decir.

-Digamos que no se quitó al Rey Sol de encima en los pocos días que estuvo en la Chateau du Soleil.

La sala quedó en silencio un buen rato hasta que Alonso contestara.

-Entiendo. Supongo que fue una dura tarea para ella.- dijo él haciendo énfasis en la palabra "dura".

-Eso es lo que al Rey Sol le hubiera gustado.

-¿Cómo? ¿Es que rechazó al mismísimo Rey Sol?- preguntó sorprendido.

-Como una voluntad indomable.

-¿Y mantiene la cabeza sobre los hombros?

-Por los pelos, pero sí. Aunque para lo que le sirve la cabeza no habría mucha diferencia que la hubiera perdido.

Alonso suspiró mientras recogía los apuntes de montaignere y eiseno y sacaba dos vasos llenos de vino, uno de ellos ofrecido a Julius, que aceptó con reservas.

- Está loca.- concluyó el Barón

-Estamos de acuerdo- respondió el otro y brindaron.

-¿Cómo se encuentra ella?

Julius le pegó un trago y dudó. No le gustaba conversar en mitad de una vigía, pero hizo una breve excepción.

-Miradla vos mismo.

Alonso pegó un repullo, no entendía a qué se refería su guardaespaldas hasta que sacó un bloc de dibujo. Fue a la última página y le enseñó un impresionante y realista dibujo. Era un retrato de Marina Oliván. A Alonso se le aceleró el corazón para que tropezase en un pozo sin fondo.

-Está...muy triste ¿no?

-Intenta no aparentarlo, pero la soledad acaba por hacer que uno muestre abiertamente cómo se siente.

-¿Soledad?

-¿No os sentiríais solo si uno de vuestros amigos os abandonara en mitad de la noche?

-Pero ella contaba con vos, con el prelado Domingo, su tío y los Rosacruces. ¡Estaba rodeada de gente cuando me fui!

-Supongo que os valora más de lo que os imagináis. Tuvo buenos momentos debo decir.

Julius le enseñó otro dibujo aún sin acabar. Esta vez era el retrato de dos personas que bailaban. Era Marina y Harold, su tío avalonés. Ella parecía contenta. Estaba dibujada como si hablaran de algo. Julius había dibujado a Harold unas líneas en sus mejillas como si estuviera colorado, o ligeramente bebido, probablemente lo segundo.

-¿Cuándo fue esto?

-Fue en una boda.

-¡¿Una qué?!

-Una boda gitana en los lindes de Fendes. No me hagáis recordar esa historia.

Julius recogió el bloc y le regaló los dibujos a Alonso, quien los rechazó con una expresión ansiosa.

"No quiero un reflejo de ella atrapado en papel..., demonios, quiero verla a ella"

-Eso me recuerda que me ha dado algo para vos- dijo el montaignere buscando en el interior de sus ropas.

Finalmente sacó un ramillete de romero y se lo tendió. Alonso lo miró sin comprender hasta que lo olió.

-Es...romero de la Villa- dijo mientras la morriña que había sentido hace unas horas afloraba en forma de tímidas lágrimas. -¿Cómo has podido tardar tanto en darme un envío así?- le chistó

Entonces graznó un cuervo en el interior de la diligencia. Ambos callaron sorprendidos, pero Julius se quedó pálido.

-Un cuervo- acertó a decir el montaignere.

-Tranquilo, solo querrá resguardarse de la lluvia- dijo el otro intentando quitarle importancia.

Julius buscó el cuervo y lo miró. Este no le apartaba la mirada en ningún momento. Notó cómo un escalofrío le atravesaba todo el cuerpo y reaccionó con brusquedad.

-¡Vamonos de aquí!-gritó Julius mientras tiraba el taburete y levantaba a Alonso.

El Barón hizo caso, pero con reservas. ¿Se habría vuelto loco? Es cierto que el NOM usaba cuervos para sus mensajes, pero esta locura iba demasiado lejos. No iban a escapar de todos los cuervos que habían en Eisen ¿no?

Entonces la puerta de la diligencia abandonada se abrió y entro una tormenta de alas negras. Cientos de cuervos entraron como una bandada de murciélagos en una cueva subterránea y dejaron inmóviles a los dos héroes. De la nube oscura salió un hombre encapuchado totalmente vestido de negro y con el emblema de la cruz dorada de los profetas, buscando a los dos refugiados detrás de una máscara que imitaba la mueca de una figura demoníaca. Sus botas pesadas de caña alta andaban despacio entre los cuervos y la máscara los miró como una burla divina. Del interior de la máscara, unos ojos azules enrojecidos escudriñaban a los refugiados que intentaban dar media vuelta ante semejante e imponente figura. Una voz gutural y sentenciosa salió del interior de la capucha.

-Nunc habeam vos.

Julius intentó conducir a Alonso entre los picoteos de los cuervos por la otra puerta trasera, pero la vorágine de cuervos colocó su epicentro dos pasos delante de ellos, arremolinándose hasta formar la figura de una mujer. Era de piel pálida, rubia, faz altanera y una mirada que denotaba su desprecio. Su vestido estaba formado por algo parecido a las plumas negras que hasta hace un momento eran cientos de cuervos.

Julius y Alonso estaban entre el siniestro encapuchado que esgrimía una espada y la oscura hechicera que negaba con la cabeza pero vestida con una inquietante sonrisa.

-No os iréis a ninguna parte.- sonrió la hechicera- No tenéis ni idea de lo mucho que nos ha costado encontrarte, señor Lara...

Julius y Alonso llevaron a cabo una táctica que había funcionado un par de veces. Alonso empuñó su bastón y le dio un golpe inesperado a la hechicera, lo que la hizo retroceder sorprendida. Con esa acción, Alonso le dio la espalda al guerrero encapuchado, que se abalanzaba sobre él; pero Alonso ya se había dado la vuelta defendiéndose con el bastón. No esperaba ganar el combate, solo esperaba que su pelea contra los dos enemigos durara el tiempo suficiente para que Julius abriera un portal para salir de allí. Las manos ensangrentadas de Julius ya abrían un agujero sangriento en la realidad.
Alonso se volvió a dar la vuelta para encarar a la hechicera con un fondo de su bastón, pero no llegó a tocarla. A tres centimetros de tocarla la mujer estalló en docenas de cuervos que invadieron la habitación y picotearon a Julius, rompiendo su concentración. Esto dejó a Alonso contra el encapuchado, que ni se inmutaba ante los tristes golpes de su bastón.

-Ego sum dolore- aulló desde el interior de la máscara antes de golpearle la cara con el gavilán de su espada y tirarlo contra el suelo de madera.


El portal de Julius dejó de chillar, no consiguió abrirlo del todo. Ya era tarde, la realidad ya estaba cicatrizando, así que se echó al suelo y rodó para deshacerse de los cuervos que buscaban sus ojos. Los cuervos volaron a la oscuridad de la casa en ruinas, convirtiéndose en cientos de ojos brillantes que los observaban de la oscuridad. El combate había terminado.

Alonso estaba en el suelo, la fractura de la costilla le estaba jugando una mala pasada en esos momentos. De pronto vio que el ramillete de romero cayó de la solapa de su casaca verde y estiró un brazo dolorosamente para alcanzarla. Cuando lo tomó, el enmascarado le pisó la mano y en el aire se escuchó un alarido de dolor; pero por nada del mundo habría soltado el romero de su tierra y regalo de Marina.

La espada del inquietante devoto se alzó, dispuesto a rebanar la mano que sujetaba el ramillete bajo su pesada bota, pero el graznido de los cien cuervos le detuvo. El enmascarado paró la hoja justo en la muñeca con una precisión sobrehumana y entonces soltó la primera frase que entendió Alonso en un torpe y oscuro castellano:

-Tienes suerte. Mi señor no quiere que os haga ningún tipo de daño. Conservaréis la mano...

Cuando levantó la bota de la pálida mano del Barón, éste intentó abalanzarse hacia el encapuchado sin éxito. El gavilán de la espada del guerrero eclesiástico se encontró de frente con su boca, haciéndole escupir un gargajo de sangre sobre el ramillete. El enmascarado empezó a hacer cavilaciones:

-La chica no está aquí..

Los cuervos desaparecieron e hicieron que Ojo, seudónimo que poseía la hechicera en el Concilio de los Trece, apareciera de las sombras.

-Eso ya nos lo imaginábamos. Bien, Don Lara, voy a haceros unas preguntas y espero que sean breves, claras y concisas.

Alonso escupió más sangre.

-Don Lara era mi padre.

-Bien, pues os llamaremos señor Lara.

Alonso odió que le llamaran así, le hacía sentir viejo, pero no estaba en condiciones de protestar.

-¿Dónde está Marina y qué es lo que planea? ¿Está con Domingo en este asunto? Algunos afirman incluso que su tío, Harold Owen, está con ella. Cuéntame todo lo que sepas.

Alonso sonrió con mucha alegría. Aquello era precisamente lo que quería evitar abandonando a Marina y haciendo camino por otro lado. No sabía absolutamente nada de los planes de Marina.

-¡No sé absolutamente nada!- y lo dijo con toda la felicidad del mundo, por mucho que lo torturaran no podría contar ninguno de los movimientos de Marina.

Ojo pensó un rato.

-Dejaremos esta cuestión a nuestro señor. Es el mejor deduciendo quién dice la verdad y quién no. Pero ahora necesitamos hacer un envío...- dicho esto se agachó cogiendo el ramillete de romero- Tenéis suerte de que mi señor no haya querido mutilaros como a otros.

-¿Un ramillete de romero? ¿Será suficiente?- dijo el enmascarado más bien poco preocupado.

-Por lo que he oído, es algo personal. Será más que suficiente...- sentenció con una sonrisa.

Entonces se convirtió en cientos de cuervos, y uno de ellos cogió la yerba. Volaron la mayoría hacia Montaigne, sobre todo a Charouse, donde Soga había informado que había visto por última vez a Marina Oliván. Si no hubieran perdido tanto tiempo persiguiendo al escurridizo Barón, quizás podrían haber entorpecido las acciones de Marina, pero ya era tarde. Ni siquiera el Barón sabía dónde podría estar, quizás con un poco de suerte, la encontrarían en una semana...si por algún azar del destino siguiera por Charouse Montaigne.



De todas formas, su amo no tenía prisa. Tenía la paciencia de un dios.

martes, 19 de febrero de 2013

Al final del camino (I)

Pensaba que nunca llegaría a acostumbrarse a aquella  nación. Había viajado mucho, no había tenido más remedio. A toda prisa por muchos rincones de Théah, todos ellos oscuros, inmundos pero lo suficientemente discretos para él. Pero lo de Eisen no tenía nombre, aquello rozaba las descripciones que hacía el padre Merino sobre el purgatorio.

Se paró en mitad del camino. Le había alcanzado aquello que los castellanos denominaban "morriña". Era una sensación que cualquier castellano conocía, y les hacía volverse distantes y desapasionados cuando estaban lejos de su hogar. Alonso cerró los ojos y trató de respirar profundamente, pretendiendo fingir que se encontraba en Santa Elena, su hogar; pero no hubo éxito.

En el aire eiseno solo se podía respirar polvo. Las calles habían estado adoquinadas hace un tiempo, o se había pretendido al menos; pero después de que finalizara la Guerra de la Cruz en el año 1648 los cañones, los caballos y las carnicerías habían dejado un suelo lleno de baches y piedras. A pesar de que nos encontramos en el enero el año 1669, las disputas entre los Príncipes de Hierro para repartir las tierras no habían permitido que el país se recuperara del todo. 

Freiburg, sin embargo, sí parecía una ciudad ajena al resto de Eisen. Al menos pacería una ciudad, y era hermosa. Después de las guerras religiosas entre católicos y protestantes, Freiburg se había erigido como una ciudad neutral, dirigida nada menos por el filósofo Nicklaus Tägue, el primer gobernante declarado absolutamente ateo en toda Theah. Claro que, aunque muchos eisenos resentidos por las guerras religiosas habían aplaudido a este gobernador, también se había ganado a muchos enemigos sí creyentes, como el Vaticano y los protestantes.

Alonso pensaba que Freiburg iba a ser el lugar perfecto para celebrar la Cumbre Theana de las Seis Coronas, donde se pensaba llegar a un pacto para luchar contra los infieles de Cathay y el inminente apocalipsis profetizado por el nuevo Mesías; pero Nicklaus Tägue, borracho como otras muchas veces, cerró las puertas de Freiburg porque ni harto de vino iba a tolerar en su ciudad a "borregos estúpidos que siguen a un ciego pastor autoproclamado Profeta que lo único quiere es violar a sus ovejas". Ni qué decir que aquello indignó al Buen Rey Sandoval y...bueno, seguramente al Papa, si hubiera alguno en estos momentos.

Con ropas pardas y una capa de viaje, Alonso, o, mejor dicho, Frederic Strauss para quien preguntara en las afueras de Freiburg, entró en un hostal de mala muerte llamado el Dragón Verde. Había estado haciendo preparativos fuera, la cosa parecía estar marchando según sus planes. En el interior de la posada el ambiente no solo estaba rancio, como era normal, había miedo, mucho miedo. Las gentes de cuna más humilde se juntaban bajo las escaleras, señalando la parte y oscura parte de arriba donde se encontraban las habitaciones.

-¡Der Teufel! ¡Der Teufel!

El posadero parecía tener la mirada ausente, pero Alonso intuyó que estaba de los nervios. Todos estaban atacados.

Alonso se acercó al posadero y habló por encima de los gritos de los campesinos.

-¿Qué gritan esas pobres gentes?- preguntó pasando una moneda.

El posadero salió de su ensimismamiento sobresaltado y pensó las palabras en un mal castellano.

-Decir...eh..."el diablo"- explicó señalando arriba.

Alonso enarcó una ceja extrañado.

-¿Por qué?

-Sie wissen nicht- dijo el posadero encogiéndose de hombros mientras que Alonso hacía gesto de no entender nada,- Ellos...escuchar...hellscream, hellscream.

Aquello sí lo entendió y solo se le ocurrió una cosa. Frunció el ceño con rabia y subió corriendo mientras los lugareños seguían gritando "Der Teufel".

"Hellscream: grito infernal. Maldito sea, ¿qué ha sido de tanta discreción? ¿Tantas lecciones para que lo eche a perder?", pensó el Barón mientras subía.

Y entonces corriendo por la sala oscura llegó a la habitación. Entró y no se sorprendió nada en encontrar a un caballero allí dentro, a pesar de que la habitación estaba vacía cuando salió hará una media hora.

-¡Maldita sea!- exclamó el Barón con reproche hacia el caballero que estaba esperándole- ¿Se puede saber qué ha sido de "la discreción y el sigilo"?- imitó con un retintín sarcástico y una pizca de enfado mientras ordenaba un poco la habitación -¡Llevo tres días intentando no llamar la atención como me dijiste y tú vas y rompes el sigilo de un plumazo! Qué pasa, ¿no sabes predicar con tus propias lecciones? Me diste una soberana charla de media hora sobre no llamar la atención, ¡y ahora medio pueblo está gritando que el diablo está en esta casa!

Julius se encontraba sentado en el escritorio de la habitación, parecía que no estaba mucho en sus cabales. Tenía las manos ensangrentadas y sostenía el bastón del Barón igualmente cubierto de sangre. Parecía mareado o a punto de vomitar. Por supuesto, el "grito infernal" que habían oído los lugareños eran la hechicería de portales sanguíneos de Julius en acción. El espía no parecía estar escuchándole, había hecho mucho camino por el Otromundo. 

- Dejadme en paz- fue lo único que alcanzó a decir Julius.

Julius siempre había sido hosco y reservado, pero Alonso acabó percibiendo que había más tristeza en sus ojos que dureza en sus palabras. Era evidente que a Julius le había pasado algo malo. 

-¿Qué ha ocurrido?

Julius se incorporó, dejó el bastón ensangrentado junto la ventana y cogió la jarra de vino dispuesto a echarse un vaso.

-Nada...

-¿Va todo bien...? ¿Ha pasado algo malo en Montaigne?

-Nada. Son cosas mías. Cosas personales. Ella está bien. Solo...déjame en paz.

Alonso se sentó en la triste cama y, si no fuera porque veía a su guardaespaldas literalmente destrozado, hubiera intentado pinchar a Julius hasta que hablara. Hasta ahora el Barón ni se hubiera podido imaginar que Julius podía tener vida personal más allá de su rutina como espía. 

- Vamos, ¿es que no te pago lo suficiente? Es eso, ¿verdad?

Alonso tenía innumerables defectos, pero uno de los peores es que no sabía cuando parar de bromear. 
Julius mantuvo la compostura ante la broma.

-No es eso.

-Entonces es problemas de faldas.

Julius alzó la cabeza y lo miró. Alonso asintió con satisfacción.

-No intentes negarlo. Lo único que puede destrozar tanto a hombres simples como nosotros es una mujer difícil.

Julius bebió pausadamente. Tardó cinco minutos en hablar, pero Alonso esperaba mientras escribía unos documentos en el triste escritorio de madera de la habitación. Habló para sí mismo más que para su contratante.

-Ella no es difícil...el que es difícil soy yo. O mi vida, o mi pasado. O los sentimientos contradictorios que tengo. La quiero y por eso no puedo tenerla.

Cuando dejó el vaso en la mesa de madera vio la sonrisa picarona de Alonso mientras escribía al fondo e la habitación. Vaya sorpresa ¡Ni se podía imaginar que bajo la escueta apariencia de Julius se pudiera esconder alguien tan atormentado amorosamente! Julius estalló al ver la sonrisita estúpida de su contratante y le lanzó el vaso en un estallido de indignación. ¡Por eso no se abría ante la gente! Se sentía ridículo intentando explicar sentimientos estúpidos que no iban a ninguna parte. Alonso no tuvo problemas en esquivar el vaso con una carcajada y se acercó a él trayéndole otro vaso lleno de vino.

-Vamos, vamos...no puede ser tan difícil, te lo aseguro yo, que entiendo más o menos de mujeres. Veamos ¿ella sabe de tu existencia?

-Ella cree que estoy muerto desde hace cinco años. Ahora está prometida con alguien a quien ama porque yo he querido. No quiero ninguna burla, chiste, comentario, ni ningún abrazo, ni ayuda, ni ningún consejo de camarada ni nada por el estilo. Se acabó, sigo siendo su espía y protector y es lo que cuenta. Punto y final.

-...

Alonso seguía mudo. No esperaba eso. Julius concluyó con una frase pesada.

-Es mejor así. Así lo he querido.

-¿Y ya está? ¿La vais a abandonar?

Julius le miró fríamente.

-Abandonarla para no meterla en los peligros de mi vida. Menudo hipócrita sois los nobles ¿Acaso no hicisteis vos lo mismo con la señorita Oliván? Ni siquiera os atrevisteis a dar la cara cuando la abandonasteis. Si tan dispuesto estáis a insistir en que luche o haga algo ¿por qué no hicisteis vos lo mismo? No, Don Lara, no nos diferenciamos mucho. Voy a huir por verla bien, vos sois igual de cobarde que yo.

Alonso se levantó con una expresión neutra que Julius no supo descifrar. Comenzó a andar en silencio por la habitación, pero la calma fue interrumpida por una repentina lluvia caía de los cielos grises de Eisen. Julius se levantó observando la calle.

-Deberíamos partir.

-¿Qué? Pero si está lloviendo- se quejó el muchacho.

-Precisamente. Eso limitará la visión de tus perseguidores. Se lo pondremos más difícil. ¿O quieres que te vuelvan a partir una costilla como en San Elíseo?

Alonso rememoró aquél día. Un agente del Novus Ordum Mundi le había pillado en el este de Castilla por hacer preguntas en público que no debería. Se salvó al arrojarse desde lo alto de una pequeña arconada de la ciudad. El coste fue una costilla rota, pero era una suerte mucho mejor que ser prisionero o chantajeado por esos psicópatas. Cuando consiguió lo que se proponía en San Elíseo tuvo que alquilar un caballo hasta Charouse, tenía un baile al que asistir.

-Pero en San Elíseo no contaba con vos, Julius- respondió el Barón dándole una palmada en el hombro a lo que Julius le miró con dureza.

-Me temo que sobrevolarais mis habilidades.

-Nunca lo sabremos- replicó el Barón con una carcajada.

Julius abrió la puerta de la posada, se puso el traje de cuero de faena y el tricornio. La lluvia caía torrencialmente y antes de salir le respondió duramente:

-No tientes a la suerte.

Los dos misteriosos personajes entraron en la lluvia y comenzaron su larga andanza por el barro. El largo viaje de Alonso había sido penoso, pero tenía la sensación de que su esfuerzo iba a merecer la pena.
Un cuervo graznó desde lo alto de la posada. Quizás no lo escucharon o no hicieron caso de las advertencias del ave. Eisen estaba plagado de cuervos con ansia de devorar la carne de los hambrientos y los enfermos.

Quizás por eso no vieron venir el final de su camino.

Cadenas por corona

Los grilletes se cerraron sobre las muñecas de Leandro Vázquez de Gallegos. El Alguacil cerró las esposas duramente y apretando con malicia,...